Una historia de terror en un negocio de donación de órganos en Phoenix, Arizona (EEUU), ha salido a la luz años después de que la policía lo clausurara, ha reportado el medio local AZcentral.
El testimonio de un agente que participó en las redadas que llevaron al Biological Resource Center a su clausura en 2014 reveló una escena espeluznante: en la entrada del negocio, colgada en un muro, había una cabeza pequeña de mujer cosida a un enorme torso de hombre como una especie de “Frankenstein”, dijo el agente del Buró Federal de Investigaciones (FBI, en inglés).
El agente Mark Cwynar en su declaración jurada dijo que también había encontrado cubetas repletas de brazos, piernas y torsos, una hielera con genitales masculinos y cabezas infectadas en más cubetas.
El centro que operaba como negocio se especializaba en partes humanas de personas que habían decidido donar sus cuerpos al morir para fines científicos. A cambio, le ofrecían a las familias recoger los cuerpos sin costo y regresar cremadas las partes que no se vendieran, reportó AZcentral.
A los familiares les decían que trataban a sus seres queridos con respeto y estricto apego a las normas sanitarias. Lo que descubrieron las familias las perturbó para siempre. “Esta es una historia de terror. Simplemente es impensable. Esta historia es increíble”, dijo a la televisora local KTKV Troy Harp, quien es uno de los 30 familiares que han interpuesto una demanda contra la compañía.
Pero ni siquiera los agentes de la ley estaban preparados para la crudeza de la escena. “No pude dormir en la noche después de ver eso”, dijo el agente del FBI Mathew Parker, según la web informativa Gizmodo. “Se veía como un depósito de chatarra donde sólo estaban despedazando cosas”.
En virtud de los estremecedores hallazgos, en 2017 los legisladores de Arizona aprobaron una ley para que los negocios que vendan partes humanas tengan un certificado, algo que no existía cuando se llevaron a cabo las redadas.
En una carta al juez tras declararse culpable, el dueño del Biological Resource Centrer, Stephen Gore, dijo que su negocio era un “trabajo de amor”. “Esta era una industria que no tenía regulaciones formales sobre las que nos pudiésemos guiar”.
Gore fue sentenciado a un año de cárcel y otros cuatro de libertad condicional.