Hay un viejo, cínico, muy antiguo y duro refrán español, que reza así: «Por la caridad, entró la peste«.
Hacía referencia a la negativa a dejar entrar en las ciudades a los afectados del mal, que morían como perros frente a las murallas de la villa, sin auxilio alguno, por miedo a que su llegada contaminase a los sanos.
Habrá quien piense que el aforismo estaba absolutamente justificado, a juzgar por este acto de solidaridad, que terminó en tragedia.
Billy Crutsinger, de 64 años, conoció a las que serían sus víctimas en la iglesia de Fort Worth (Texas) a la que ellas asistían y donde él realizaba trabajos de pavimentación.
Pearl Magouirk, de 89 años, y Patricia Syre, de 71, eran madre e hija y ofrecieron al hombre trabajo en la casa en la que ambas vivían.
Sin embargo, Crutsinger optó por asesinarlas y robarles.
Este crimen doble de 2003 le supuso al hombre entrar en el corredor de la muerte, un trayecto que acabó en la prisión de Huntsville (cercana a Houston).
Tras 16 años de espera, Crutsinger recibió la inyección letal que lo convirtió en la quinta persona ejecutada en Texas este 2019 y la número 14 de todo el país.
Antes de morir, el asesino arremetió vagamente contra “el sistema”:
“No es completamente correcto, tampoco es completamente erróneo. Es algo que hay que hacer hasta que surja algo mejor”.
El hombre también aseguró estar en paz y poder “vivir con ello”.
“A donde voy todo es de colores“, añadió después de decir que extrañaría “esos panqueques y esos programas de televisión en blanco y negro”.
El asesinato de las dos mujeres tuvo lugar, según Efe, el 6 de abril de 2003. Sin embargo, las autoridades descubrieron los cuerpos de las mujeres dos días después y dieron con el paradero de Crutsinger cuando habían transcurrido 72 horas desde que cometiera el doble crimen.
El hombre estaba en un bar de la de Galveston, una ciudad costera ubicada a más de 300 millas de Fort Worth y a la que los agentes llegaron al rastrear la tarjeta de crédito de Syre.
En un primer momento, el ahora fallecido reconoció el crimen y, aunque después de retractó, las pruebas de ADN fueron claras en su contra. Finalmente, en octubre de ese mismo año el hombre fue condenado a pena de muerte.
Desde que el Tribunal Supremo restituyó la pena capital en 1976, han sido ejecutadas 1,504 personas en Estados Unidos. 563 solo de ellas en Texas, más que en ningún otro estado. Este estado sureño tiene programadas otras diez ejecuciones antes de que finalice el año. La próxima es la del hispano Mark Soliz, este 10 de septiembre.