Mucho se ha difundido sobre cómo era Pablo Escobar y su pasión por las mujeres. Casi resulta fácil imaginarle decir: “Niñas pórtense bien, no sean mal habladas que por eso es que las matan”, como les decía a sus amantes ocasionales después de tener sexo y mientras daba dos o tres pitadas a un cigarrillo de marihuana.
Pablo Escobar Gaviria no mentía. Para las delatoras no había piedad. «Era amable, sereno, de pocas palabras y se portaba como un caballero. Daba consejos casi como un padre y nunca hablaba de sus problemas», reveló al periódico El Tiempo en 1991 una jovencita que compartió noches de sexo con el jefe del Cártel de Medellín. La niña fue una de las dos sobrevivientes de una masacre de 49 mujeres perpetrada por el cártel de la droga en los años más sangrientos de Colombia.
«A una amiga mía le hicieron una cruz de tiros en el cuerpo. La encontraron por la carretera. La habían torturado, ¡qué pecado!… A esa muchacha la acusaron de que sabía de los enemigos de Pablo. Y quedamos solo dos: yo y La Llorona», dijo mientras se persignaba y agradecía estar viva. «¿Por qué Pablo las mató?», quisieron saber los periodistas colombianos.
Casi justificando el trágico final de sus compañeras, la muchacha respondió: «Si hablabas o delatabas, estabas muerta. Hay peladas que se buscaron la muerte por escuchar conversaciones que no debían y contar todo lo que oían. Para seguir viva había que mantener la boca cerrada, y ellas no supieron hacerlo».
Las niñas vírgenes
El cuerpo de la bella joven –semidesnuda y muy maquillada– estaba al costado de una carretera que llevaba a Medellín. Su torneada figura había recibido 28 impactos de bala. El asesino había disparado formando una cruz del sexo a la barbilla y sobre el pecho de la niña.
-Esta pelada no llega a los 15, dijo uno de los policías que encontró el cadáver.
-Seguro, si es una de las ‘palomas blancas’ del patrón, aportó su compañero.
No se equivocaban. La víctima era una de las muchachas de barrios humildes que Pablo Escobar Gaviria buscaba para sus orgías.
Todo el mundo sabía que el capo del Cártel de Medellín tenía debilidad por las niñas vírgenes. «De 14 a 17 años», aclara en su libro Operación Escobar el premiado periodista colombiano Germán Castro Caycedo. Para llegar a ellas había reclutado un grupo de apuestos jóvenes, a quienes llamaba Los señuelos, que iban detrás de estas muchachas con la orden de seducirlas para llevarlas finalmente a tener su primera relación sexual con el capo narco.
Antes de arrojarlas a los brazos del Patrón, les ponían delante de sus asombrados ojos adolescentes un fajo de billetes que ellas jamás podían soñar en toda su vida. Pablo se reía junto a sus sicarios: «Al ver los billetes pierden la brújula». Las otras amantes, «las mayorcitas» que él invitaba a sus bacanales en el lujoso apartamento que tenía en El Poblado, eran modelos, candidatas a reinas de belleza y aspirantes a actrices de televisión.
A las mujeres no les atraía solo el dinero de Pablo. Las muchachas habían escuchado que el Patrón era un buen marido –casado con Victoria Eugenia Henao Vallejo, la Tata, el amor de su vida- un padre amoroso -de Juan Pablo y Manuela– y un amante generoso -de misses colombianas, como Elsy Sofía Escobar Muriel y Wendy Chavarriaga Gil-.
«Es un hombre que protege, un hombre de confianza. Si Pablo promete algo, lo cumple», comentaban las chicas. De alguna manera, muchas soñaban con encontrar un Escobar para sus vidas, un Patrón que las convirtiera en verdaderas reinas. Otras, más realistas, imaginaban que las podía ubicar en un un noticiero de horario central o conseguirles algún papelito en una tira de la tevé colombiana. Escobar tenía contactos, y una de sus amantes era Virginia Vallejo, la presentadora más importante de la televisión y del cual él estaba perdidamente enamorado.
«Pablo cuida a sus mujeres», decían en el Cártel. Lo que nadie decía era que también podía mandar a asesinarlas con la misma fiereza con que las enredaba entre sus sábanas.
49 muertas en las carreteras
Fue el comandante Hugo Heliodoro Aguilar Naranjo, que se adjudicó haber matado al Patrón el 2 de diciembre de 1993, quien denunció una «sangrienta matanza de mujeres que habían compartido noches de lujuria con Escobar perpetrada por el Cartel del Medellín».
El militar, considerado durante décadas un héroe en Colombia, había dedicado años a esta cacería humana que le llevaba todas las horas de su vida. Sin embargo, su estrella se apagó cuando los negocios sucios y su relación con los paramilitares llegaron a la Justicia. En febrero de 2018 fue capturado por las autoridades colombianas bajo cargos de enriquecimiento ilícito, lavado de activos y colaboración con paramilitares. Venía de cumplir cuatro años, de una pena de nueve en prisión, por haber integrado «grupos para». A eso se sumaba el hecho de haber sido acusado de robar la mítica pistola Sig Sauer del líder narco, cuando este cayó muerto en un tejado de Medellín en medio de una feroz persecución policial. De ser un militar respetado, se transformó en un personaje oscuro, obsesionado por Escobar y por el dinero.
«Él (Escobar) tenía un sitio especial en el barrio El Poblado, sector exclusivo de la ciudad. Era una casa bonita y allá llevaba a sus amigos para hacer bacanales con muchachas jóvenes, comida, licores, música. En una ocasión le llegó un allanamiento, pues se creyó que podría estar escondido en ese sitio, pero no resultó así. Lo cierto es que un poco después de la operación escuchamos por radio que llamó a Pinina», le contó el coronel a Castro Caycedo.
El periodista reproduce un diálogo radial increíble entre el mafioso y su lugarteniente preferido:
-Ochenta. Ochenta.
Así lo llamaba Escobar a Pinina. Pablo para todos era Setenta.
-Ochenta, ¿cómo es posible que nos caigan allá esas gonorreas? Nos están delatando. Alguien nos delata. Es mejor darles un viajecito a las palomas.
Según el militar, al día siguiente apareció el cuerpo de la muchacha perforado de balas. Y un día después, otro. Y otro, y otro, y otro. Durante tres noches fueron hallados 49 cuerpos de bellas mujeres en distintas partes de Medellín, Envigado, Itagüí, Bello, La Estrella. Con signos de tortura, a veces mutiladas, sus restos se desparramaban por las carreteras más desoladas del norte colombiano. Esas muertas se convirtieron en una verdadera obsesión para la Policía primero y luego para el Bloque de Búsqueda -unidad especial de la Policía Colombiana, creada tras la fuga de Escobar de la cárcel La Catedral-, según describe El Tiempo de Colombia de aquellos años.
Aguilar juró que esas mujeres asesinadas le pertenecían a Escobar. Pero, de ser así, ¿qué había causado la ira del jefe narco contra sus amantes clandestinas? ¿Por qué las había matado? Se asevera que los uniformados rozaron una verdad siniestra cuando la investigación pudo avanzar. Y que la matanza pudo obedecer a dos razones.
La primera: los hombres del Cártel quisieron obtener de estas niñas información para localizar a sus enemigos, al no lograrlo, las mataron. La segunda: Pablo estuvo a minutos de ser atrapado en una finca donde se ocultaba y no tuvo paciencia para buscar a la delatora. El diálogo por radio entre Pinina y Escobar abonaría esta última hipótesis.
«Es mejor una novia muerta que una testigo resentida que a cambio de unos pocos millones puede delatarnos a la policía», decían los sicarios del capo. Y la solución que habrían encontrado fue llenarlas de plomo.