En Venezuela ya no se encuentra ni lo más obvio: la gasolina. En Caracas ya casi no se paga para surtirse de gasolina en las estaciones de servicio. Si el islero o bombero, como se le llama al empleado, se levanta y actúa con cierta diligencia, se le da una propina. En el interior del país la historia es otra, más aún en las zonas fronterizas, donde una persona permanece dentro de su vehículo por lo menos tres días, algunos hasta seis días viviendo, comiendo, durmiendo y haciendo cualquier cosa, dentro del carro hasta que logra surtirse de combustible.
Hace unos años, el Gobierno inventó instalar unos chips o TAG en los vehículos para llevar el control del suministro y que se pudiera surtir dos veces a la semana. Fue el negocio del hijo de un comandante de la revolución. Significó días de trámites, documentos y colas. Al principio funcionó parcialmente. Un día descubrieron que había miles de chips en manos de los contrabandistas, que en la oficina de Petróleos de Venezuela (PDVSA) estaba montada una banda que se dedicaba a hacer negocios con los chips. Presos, fiscalía, tribunales, llamadas telefónicas, libertad y olvidado el asunto.
El Consejo Legislativo Regional del Táchira asignó a integrantes de los colectivos para que estén encargados en las bombas de gasolina en la frontera. Rápidamente se reconocen porque usan una boina con la estrella roja al frente, al estilo del “Che” Guevara.
Le pregunto a un islero qué requisitos debe tener alguien que quiera surtir en las bombas alternativas o especiales. “Ah, eso debe estar autorizado por el protector del Táchira Freddy Bernal. Es el único que da la orden”. Le insisto en que me diga quiénes son esos hombres armados que vigilan la bomba. “Unos dicen que son colectivos, pero también que son de la Fuerzas de Acciones Especiales. Aquí mejor es no preguntar mucho”, me responde. Le pido que me explique cómo sabe que una persona está autorizada para equipar y cómo está seguro que no es un impostor. “Aquí no es posible eso, porque para poder echar gasolina debe traer una clave”.
En la estación de servicio, frente a la plaza San Miguel de San Cristóbal, llegó la gandola (camión) de combustible que se observa en el video. Había personas con tres días haciendo cola. Cuando se disponían a descargarla, llegó el grupo de militares que pretende llevársela para El Carmen, una de las llamadas bombas exclusivas que maneja un grupo de funcionarios del gobierno. Los militares armados y los colectivos también armados creyeron que podían llevársela. Pero quienes hacían cola estaban muy obstinados y decididos a dejarse matar o a matar. Y aparecieron armas que enfrentaron a militares y colectivos para defender que la gandola descargara allí. Y esta vez se quedó.
#Atención #Táchira #23Oct Ciudadanos en gasolinera San Miguel en San Cristóbal #Táchira impidieron desvío de gandola cargada de gasolina militares y otros de civil con armas de fuego intentaron llevarse la gasolina ciudadanos tenian 2 días en cola @TachiraNews @traffiCARACAS pic.twitter.com/GuBxVjJzUu
— said moanack (@saidmoanack) October 23, 2019
Ni muertos ni pacientes
Ante la emergencia por algún enfermo o fallecido que no espera por la cola, debe acudirse a los generales de la Región Estratégica de Defensa Integral (Redi) o de la Zona de Defensa (Zodi), para que lo incluya en la lista de los llamados apoyos. “No está”, es la respuesta.
Ana nos contó que viajó apresurada al Táchira cuando su mamá murió. Al dolor que sentía, el cansancio por el viaje y la tristeza de no tener cómo poder enterrarla en San Cristóbal, le dijeron en la funeraria que no podían trasladarla hasta el pueblo de Michelena porque no tenían gasolina. Al llegar a la estación de servicio, vino la danza de la distracción: vaya a la Redi, vaya a la Zodi, dígale al general, busque a Bernal, etc.
“Llorando, pero llorando de verdad, le dije a los de la bomba de gasolina que nos dieran un poco para trasladar a mi mamá que había muerto. Uno de los tipos me dijo casi con burla: señorita aquí la gente viene con muchas excusas, hasta matan a la mamá y uno nunca ve el muerto. A la tristeza, se le había sumado la impotencia y la indignación”.
La joven le pidió a un amigo de un camión de estaca que llevara a la familia y la urna para un área rural de Michelena y así hacían un solo viaje. “Prometí que yo conseguía la gasolina. Había pasado mucho tiempo y temíamos que la descomposición del cuerpo lo reventara. En la estación de servicio me le acerqué al hombrecito de rostro burlón. Aquí está el cadáver de mi madre, ¿qué otro requisito necesito llenar?”. A los pocos minutos Ana iba, con su familia, en la parte atrás del camión, por la carretera rumbo a Michelena, acompañando la urna con el cadáver de su madre, cubierto de flores tristes.