El vicepresidente Nicolás Maduro tiene 50 años y es un ex conductor de autobús y sindicalista
El vicepresidente Nicolás Maduro toma las riendas del Gobierno venezolano.
No han pasado ni 12 horas desde que el ex conductor de autobuses que se perfila como nuevo líder del chavisto anunciara la muerte de Hugo Chávez y ya se ha calzado sus ‘botas’.
El presidente Chávez, que tenía de 58 años y cuyo funeral se celebrará este viernes 8 de marzo de 2013, murió este martes agotado por el cáncer y las sucesivas operaciones.
Caracas ha decretado siete días de duelo nacional, y este miércoles comienzan las ceremonias de despedida del líder bolivariano con el traslado de su cuerpo a la Academia Militar.
Se espera que una multitud de fieles acompañe el cortejo por las calles de Caracas, y varios jefes de Gobiernos latinoamericanos -la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, el boliviano, Evo Morales, y el uruguayo, José Mujica- ya han llegado a la capital venezolana.
La Constitución prevé que sea el presidente del Parlamento, Diosdado Cabello, quien asuma el poder y convoque elecciones en el plazo de un mes.
En cambio, el ministro de Exteriores, Elías Jaua, ya ha anunciado que será el vicepresidente Nicolás Maduro, al que Chávez designó como sucesor en diciembre, el que tomará posesión del cargo como presidente interino.
EL CONDUCTOR DE AUTOBÚS
El vicepresidente Nicolás Maduro tiene 50 años y es un ex conductor de autobús y sindicalista.
Este político de físico portentoso y poblado bigote negro, nacido el 23 de noviembre de 1962 en Caracas, y que suele vestirse con guayaberas, fue nombrado sucesor por el propio Chávez, el 8 de diciembre de 2012, cuando viajaba a la Habana para operarse a vida o muerte.
Fue nombrado vicepresidente tras la última reelección de Chávez en octubre, después de seis años al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores.
LAS DUDAS Y LAS ELECCIONES
La muerte de Hugo Chávez tras una intensa batalla de dos años contra su enfermedad pone un punto y aparte en la historia reciente de Venezuela, más allá de su condición de jefe del Estado hasta el momento de su fallecimiento.
Su desaparición había sido asumida por sus compatriotas tras el espeso y torpe silencio gubernamental que envolvió su reciente regreso de La Habana.
Pero esa circunstancia difícilmente rebajará el impacto dejado por un presidente sui generis que consiguió permanecer en el cargo casi catorce años y ganar sucesivas elecciones con una mezcla de carisma personal, largueza en el uso del dinero del petróleo, retórica populista y habilidad para convencer a muchos de que sus vidas serían mejores gracias a la revolución bolivariana.
Chávez ha tomado durante este tiempo prácticamente cualquier decisión importante en Venezuela, mientras copaba de forma paulatina las instituciones y virtualmente cualquier palanca del poder, hasta convertir en unipersonal su régimen socialista, campeón indiscutido de los más desfavorecidos y vaciado de cualquier contrapeso democrático.
Este caudillismo sin duda alentará ahora la emergencia de facciones del chavismo, oscurecidas por el brillo del líder. Una de ellas es la encarnada por Nicolás Maduro, el sucesor designado, comprometido a ultranza con el catecismo socialista de Chávez.
Otra, más nacionalista, la representan destacados militares, que anoche hicieron aparente piña con el vicepresidente.
El fallecimiento de Chávez, que internacionalmente deja huérfano al régimen cubano, beneficiario privilegiado del petróleo venezolano, y tocados a otros Gobiernos izquierdistas de Latinoamérica —con los que compartía crudo y retórica antiimperialista— abre el camino a una nueva elección presidencial.
Las urnas, en las que presumiblemente el antagonista de Maduro será el centrista Henrique Capriles, derrotado en octubre, darán en el plazo de un mes la medida de si la revolución bolivariana puede sobrevivir sin su inventor al timón.