La petición popular es que entierren al comandante Chávez abrazado a los huesos sifilíticos y barnizados del libertador Bolívar
No hay régimen tiránico-socialista que no haya momificado a sus revolucionarios, pero no por el afán egipcio de preservarlo, sino para su exhibición pública permanente y para que la masa proletaria pueda idolatrar el régimen adorando a un más o menos hermoso cadáver. Es la creación de un dios menor a partir de los despojos intactos de su líder.
Aunque eso de intacto es mucho decir. La momia más célebre, la de Lenin, no es que esté intacta, sino que tiene una labor asombrosa y carísima de maquillaje que pasa por un baño profiláctico en una solución conservante y un nuevo traje de seda cada dieciséis meses. Antes de su muerte, en enero de 1924, el padre de la Revolución expresó sus simpatías hacia el enterramiento como destino final de sus apopléjicos restos.
Sin embargo, en las horas posteriores a su óbito, decenas de miles de telegramas lacrimosos enviados desde todos los puntos de la Gran Madre Rusia pidieron que se embalsamara al Ulianov para que sirviera de ejemplo a las generaciones venideras.
Lo mismo que ha ocurrido en Venezuela según el seudogobierno de Maduro, que la petición popular es que entierren al comandante Chávez abrazado a los huesos sifilíticos y barnizados del libertador Bolívar.
Así como lo oyen. Esa fue la excusa dada por Stalin para proceder a la momificación de Lenin: decenas de miles de telegramas que lo pidieron. Esa es la excusa de Maduro para momificar a Chávez: que el pueblo lo ha pedido.
Colas soviéticas
El mausoleo de la Plaza Roja que se levantó para sus restos cadavéricos conservados gracias a una técnica secreta del reconocido Instituto de Investigación de Estructuras Biológicas, se convirtió en La Meca del bolchevismo y el pueblo fue llamado a hacer larguísimas colas soviéticas (los rusos eran expertos en hacer cola para todo) para poder ver, en un fogonazo, el rostro sereno de Vladimir.
Pero las colas bajaron la intensidad en la primavera del 1953, cuando el cuerpo del padrecito Stalin fue colocado junto al de Lenin. La terrible agonía que sufrió Stalin (tuvo un ataque -¿envenenado por Beria?- mientras dormía en su dacha y como había dado orden de que no se le molestara, nadie se atrevió a entrar en su cuarto hasta la noche del día siguiente) fue maquillada con esmero por un equipo ruso que había perfeccionado la técnica de los embalsamadores judíos -Zbarski y Borobiev- que trataron los restos de Lenin.
Sin embargo, es conocido que la desestanilización ordenada por Kruschev llevó en 1961 a la momia de Stalin a una tumba en las murallas del Kremlin. El asesino tirano bajito (metro sesenta y dos) fue enterrado en la tumba menos vistosa de los héroes de la Revolución y ahí sigue, descomponiéndose en la Historia.
La momia incinerada de Dimitrov
Cuatro años antes, la eficacia de los embalsamadores rusos fue puesta a prueba con la muerte en una sanatorio de Moscú del líder de la revolución búlgara, Dimitrov. En este caso no hubo sorpresa. Los médicos lo tenían todo preparado desde mucho antes de que el búlgaro, que gozaba de una salud perfecta, muriera tras ser llamado a Moscú para conversar con Stalin sobre su amistad con Tito y los cambios aperturistas que quería implantar en Bulgaria.
Si el lector quiere sacar la conclusión de que Stalin mató a Dimitrov, está en su derecho. Lo que sí es seguro es que Stalin ordenó que fuera embalsamado para su transporte y exhibición pública en Sofía. En un tiempo de récord mundial -en sólo seis días se embalsamó su cadáver y se le llevó a Bulgaria, donde se había construido un mausoleo a toda prisa- Dimitrov estaba de vuelta con su pueblo, que rindió homenaje a su momia hasta la caída del Muro de Berlín.
A finales de los 80, Dimitrov fue enterrado en el cementerio Central de Sofía. Sin embargo, el pueblo quería algo más, así que a finales de los 90 fue exhumado, reducido a cenizas y vuelto a enterrar. Por si acaso. Probablemente.
La única momia que fue un fiasco fue la del pobre Klement Gottwald. Sólo cinco días después de la muerte de su admirado Stalin, el presidente de Checoeslovaquia y fundador del Partido Comunista de la extinta república, murió sifilítico y alcohólico.
Los embalsamadores hicieron un pobre trabajo con sus despojos y apenas un año después de su muerte sus extremidades estaban putrefactas, lo que obligó a cambiarlas por prótesis especiales. Ocho años después de su muerte, su cuerpo estaba ennegrecido y tuvo que ser enterrado para desesperación del comunismo, que se quedaba sin momia a la que adorar.
También ha quedado adorable la momia de Mao Tse-Tung. A la muerte del líder de la Revolución Cultural (culturalmente fueron asesinadas durante su mandato alrededor de setenta millones de personas), Pekín era enemigo de Moscú y los embalsamadores soviéticos no estaban disponibles, así que los chinos se las tuvieron que ingeniar para momificar el cuerpo del líder.
Un trabajo penoso por el que jamás sabremos cuántos médicos murieron hicieron que la cara quedara bien preservada -salvo las orejas, que empezaron a ponerse horizontales- pero el resto del cuerpo fuera un desastre. Sin embargo, ahí sigue, en un ataúd de cristal en un mausoleo formidable construido en menos de seis meses y que es a prueba de terremotos y de revoluciones capitalistas.
Dos dólares para ver al Tío Ho
Y ya que hablamos de capitalismos, seis años antes de la muerte de Mao, falleció de un ataque Ho Chi Minh, «Tío Ho», el líder stalinista del Vietcong y presidente de la República Democrática de Vietnam. Ver su cadáver cuesta dos dólares, y dicen que merece la pena sólo por ver el perfecto trabajo ruso. Quizá demasiado perfecto.
Hay quien no se cree que ese cuerpo sea otra cosa que el mejor muñeco de cera jamás fabricado, pero el caso es que sigue atrayendo todos los años a decenas de miles de vietnamitas con dos dólares y con ganas de honrar al criminal.
Por fin, tenemos al más o menos recién fallecido Kim Jong Il y a su padre, el presidente eterno, Kim Il Sung, que han pasado por las manos -carísimas: un millón de euros y otro millón anual por su conservación- de los embalsamadores rusos.
Hoy sabemos que Kim Jong Il murió 50 horas antes de hacerlo oficial, el tiempo preciso para que se pudiera proceder a la ´momificación de los despojos del tirano y se colocaran en una urna especial desde la que seguirá torturando a más de 20 millones de personas.
Si creen que es una exageración, deberían saber entonces que todos los norcoreanos tenían hasta ahora la obligación de acudir al mausoleo de Kim Il Sung y rendirle homenaje.
Además de pasar por un túnel de viento para eliminar toda impureza que pudieran traer de fuera, los norcoreanos deben pasar por una antecámara en la que una guía-actriz les narra en tono lánguido y quejoso la muerte del líder. Tienen dos minutos para llorar o hacer que lloran. Pobre de aquel que no lo haga. Quizá ahora tengan cuatro minutos. Dos por cada momia adorable.
En breve, la momia de Chávez ocupará un lugar central en la vida de millones de venezolanos y es previsible que nadie pueda descansar en paz. Ni los venezolanos, ni él.
Ferdinand Marcos, caso aparte
El mandatario filipino, que no fue socialista, pero que tantos paralelismos guarda con la peripecia vital de Hugo Chávez, fue embalsamado con las mismas técnicas refinadas y carísimas de los tiranos comunistas.
Sin embargo, la caída en desgracia de su régimen y de su recuerdo, llevó a la momia de Marcos a una instalación privada y de allí al cementerio cuando la familia dejó de pagar las elevadas facturas de electricidad del sistema de refrigeración.