Maduro el insolente que afirma que “de ninguna forma, la oposición podrá asumir el poder”, nos deja muy claro que no es otra cosa que un déspota bananero
Desde hace mucho vengo cuestionando a esos que no se atreven o no quieren llamar por su verdadero nombre al régimen que desde hace 16 años padecemos los venezolanos, el que compete a toda forma totalitaria.
¿Por qué muchos que se llaman opositores y se presentan como demócratas siguen calificando de democracia a este espanto de opresión, humillación y abuso que unos vándalos impusieron luego de ganar unas elecciones (1998) francamente diáfanas y respetuosas de leyes y voluntad popular, y de inmediato se abocaron a destruir el Estado y sus instituciones para de esa manera no volver a permitir procesos electorales justos?
¿Por qué aceptar ese absurdo de «democracia de origen»?
A 16 años de aquella época de verdadera democracia y el mismo tiempo de arribo al poder de una indiscutible banda despótica y absolutista, ya basta del cuentito de que «Venezuela es una democracia porque a Chávez lo eligió el pueblo», obviando así fraudes, abuso de poder, intimidación y persecución al liderazgo opositor.
Con seguridad hace 16 años a Chávez lo eligió una parte del pueblo venezolano, -y ¡ojo!, no arrasó, ganó con el 56% de 6.988.291 de votos, en una población electoral de 11.013.020 donde la abstención fue del 36,55 % y el candidato opositor, Henrique Salas Römer, obtuvo el 39,97% de los electores que con seguridad no sufragaron para instaurar una neotiranía donde la alternancia es un imposible y la oposición política literalmente hablando: un enemigo a destruir.
El castrochavismo logró colocar al régimen en un lindero confuso entre democracia y dictadura. Venezuela no puede para nadie ser considerada una democracia cuando la disidencia se persigue, se encarcela, se sataniza, se inhabilita políticamente; menos cuando el poder electoral es controlado por miembros del partido de Gobierno que a su antojo violan leyes, ordenanzas y la voluntad del electorado.
Antes del triunfo de Hugo Chávez en 1998, Venezuela era una democracia. A su llegada al poder y en los primeros años de su mandato, también, pero todo se enmarañó cuando se cambió la Constitución, se terminó con la autonomía de los poderes del Estado y se instauró un absolutismo que convirtió al militar golpista en una especie de dueño inamovible, caprichoso y abusivo. Desde allí Venezuela debe ser catalogada como una dictadura.
Sólo los que no desean ver la realidad pueden considerar este espanto una democracia. En 16 años han borrado toda posibilidad de alternancia.
Esa Venezuela a la que encasquetaron el mote de República Bolivariana padece desde hace lustros un sistema autoritario y cada día es más dramático el deterioro del papel de la oposición en la lucha política.
Una tiranía donde un belicoso tenientico es el dueño del poder legislativo y a su antojo bota diputados y silencia a otros.
Un tenientico engolosinado con un poder que le ha hecho inmensamente rico y supremamente fuerte, tanto que ha anulado todos los mecanismos de control del ejecutivo y convertido a la bancada opositora en convidados de piedra temerosos del acoso del terrorismo de Estado.
Una tiranía donde otro militar decide imponer la resolución 008610, que autoriza a los diferentes cuerpos de seguridad a utilizar armas letales para «controlar» las manifestaciones en el país, y no conforme, ese ministro de defensa general Vladimir Padrino López tilda de documento «hermosísimo» esa medida criminal que ya ha cobrado vidas de niños y jóvenes en una Venezuela hedionda a muerte.
Y claro, también ese grandulón ignorantísimo, abusadorísimo e incierto hasta como venezolano, ha dicho la semana pasada celebrando los saqueos que ellos mismos organizaron aquel llamado «Caracazo» (1989) que -y lo cito textual- «la oligarquía no volverá ni por las buenas, ni por las malas»… desconociendo que ese término con el que intenta satanizar a la oposición, le calza a ellos a la perfección porque esa banda colorada por 16 años ha concentrado todo el poder en sus manos, ha destartalado el Estado e implantado una tiranía comunista, hambreadora y asesina.
Banda de asaltantes que hoy sí que son oligarcas o «boligarcas». Nicolás Maduro, negado a mostrar la partida de nacimiento que probaría su nacionalidad.
Nicolás Maduro matando estudiantes, encarcelando políticos opositores; Maduro el rey de las colas que humillan al ciudadano, Maduro el insolente que afirma que «de ninguna forma, la oposición podrá asumir el poder», nos deja muy claro que no es otra cosa que un déspota bananero impuesto por los sátrapas cubanos en una Venezuela que padece una tiranía.