Soy de los que cree que la política venezolana ha “involucionado”. Los actores que vemos en escena carecen de la formación, del “timing”, para enfrentar tiempos duros como los hemos vivido durante estos 21 años. Esa diferencia, para muchos dolencias empáticas, probablemente responda a otra valoración y de allí la catástrofe generacional, observada en el liderazgo político llamado a “relevar” y no “prolongar” los vicios.
El marketing puede crear una figura con un “liderazgo cosmético”. Lo que no puede es crear un estadista.
Nuestros políticos piensan más en su futuro económico, que en el legado que dejaran a generaciones futuras. Eso para nada les interesa. No le ven utilidad.
GUADOSISTAS BUSCAN EFECTO BOOMERANG
En la política contemporánea, las campañas son permanentes, no duermen. El republicano Einsenhower, por ejemplo, “fue el primer político en utilizar los servicios de una agencia de relaciones públicas para cambiar la imagen de “impresidenciable”, con la que contaba hasta las elecciones de 1952”; desde ese momento hasta nuestros días no se concibe un político sin estrategia mediática, sin embargo y de forma sorpresiva la comunicación política actual ha dado un giro significativo, pues ahora las campañas pueden servir para perder votos porque los candidatos pueden decir algo inapropiado, cosas sin sentido, cometen errores que se hacen virales y cada vez están más expuestos gracias al uso constante de las redes sociales”. Cualquier parecido con Juan Guaidó es pura coincidencia.
En su último mensaje recurre por recomendación de su asesor, en usar frases como “yo no soy ningún mesías”, “libertador”, etc. Admite que cometió errores, a mi juicio, confesó su culpa. Los primeros se perdonan, lo segundo requiere sanción.
¿Quién nos vendió a este señor prácticamente desconocido hasta 2019, como el nuevo líder, la esperanza? ¿Quién le dio aires de presidenciable, lo cual se mantiene? Simple respuesta: Ramos Allup y Manuel Rosales. Guaidó dentro de su deficiencia política, lo acepto y a los efectos tiene todo un personal, un equipo, para hacer vídeos, textos, etc, para construir una imagen que interprete al venezolano en búsqueda siempre de respuestas para resolver su drama, nuestra existencia.
Partimos del hecho cierto de que el ser humano, muchas veces no responde a una decisión racional, objetiva y sustentada en datos concretos. Algunos confiamos más en los argumentos, provistos de buena fundamentación. Pareciera que la mayoría. El común, no cede de buenas a primeras a información que contradice sus esquemas mentales, sobre todo si esta información proviene de fuentes que consideramos poco confiables o es puesta en entredicho por personas que corroboran esos prejuicios.
Elemental, en temas electorales no recurrimos al raciocinio para conseguir la respuesta precisa. Razones para obtener la respuesta que políticamente nos gustaría que fuera correcta.
Donald Tump, fue ejemplo de esto en el 2016. El odio, rechazo y mala publicidad dio un rebote. El mensaje dirigido al público tuvo un resultado distinto al pretendido por los demócratas. Por cierto, ese fenómeno pudiera repetirse en la actual campaña estadounidense, aclarando que en un sistema de elección de segundo grado como el de ese país, eso puede suceder más fácil que donde se vota de manera más directa. La ponderación del voto en EEUU hizo que con menos votos que su rival, Trump ganara la presidencia. Los demócratas, durante dos veces al menos, han sido víctimas de este sistema. Han planteado una enmienda para resolverlo en varias oportunidades, cónsonos con la nueva realidad y el espíritu de tradición histórica constitucional ha impedido que prosperará, quizá los intereses en pugna.
El problema de Guaidó para lograr ese efecto aquí, es que su aparición es el resultado de una jugada de Leopoldo López. Él no iba a colocar a alguien que hiciera de su “loco sueño” u “obsesión” presidencial, una pesadilla. Luego los sobrevivientes de la Cuarta, mal llamados líderes históricos, lo usan como su tabla de salvación para seguir reflotando en la periferia del poder.
La única manera que él tendría para revertir o rebotar todas esas piezas de información que el individuo tiene en la cabeza, provocando reacciones colaterales que desactiven el fin original del mensaje, sería deslastrándose a tiempo, eso sí en forma inmediata, del entorno político que lo rodea. Para mañana podría ser tarde.
Un mensaje que en principio iba destinado a cambiar un hábito perjudicial puede inducir ese comportamiento por filtros ideológicos enraizados por años.
Los venezolanos tenemos tiempo observando lo mismo. Las campañas tradicionales sirven con cierto target, para públicos determinados. Venezuela tiene muchos nuevos electores, no necesariamente jóvenes. Son ideales para ser capturados. Lo complicado es que tienen otra forma de confrontar sus ideas y opiniones: Las redes sociales. Estas se han convertido en elementos decisivos, y que uno de los pensamientos más recurrentes en los nuevos electores cada vez que escuchan las propuestas es reflexionar: ¿Por qué no lo hicieron cuando tuvieron la oportunidad? ¿Por qué ahora?
Guaidó debe responder: Si no lo hizo desde enero de este año, cuando tenía todo, absolutamente todo a su favor, con una opinión favorable del 82%, ¿Lo va a hacer ahora?
Intentarlo es una cosa. Lograrlo es otra y no me refiero a ser reelecto el 5 de enero. Esa puede ser su mortaja a futuro.