El Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), conocido popularmente como la megacárcel de Bukele, alberga a pandilleros como Mara Salvatrucha (MS-13), Barrio 18-Sureños y Barrio 18-Revolucionarios.
Este gigantesco complejo, dirigido por Belarmino García desde su apertura hace menos de 11 meses, es una experiencia completamente diferente para quienes lo visitan.
Con una extensión colosal de 236,000 metros cuadrados, equivalente a cinco veces el Zócalo de Ciudad de México, y resguardado por un muro principal de 9 metros de altura y 3 metros de barda electrificada, este centro de confinamiento ha estado rodeado de controversia desde su construcción en Tecoluca, El Salvador.
A pesar de las denuncias de abusos y secretismo, se ha permitido el acceso a algunos medios locales e internacionales en las últimas semanas, aunque visitarla en Navidad es inusual.
Con una capacidad teórica de alojar hasta 40,000 personas, el Cecot actualmente tiene poco más de 12,000 internos, lo que plantea preguntas sobre su ocupación parcial. Belarmino evita ahondar en las estrategias de traslado y ocupación de las autoridades.
El complejo alberga diferentes módulos, siendo seis ocupados por miembros de pandillas y dos por reos en fase de confianza. La vida diaria para los internos es monótona, con comidas suministradas por una empresa y una rutina marcada por la escasez de programas y actividades formativas.
En esta Navidad, los pandilleros cenan su habitual ración de arroz, frijoles y tortillas, sin concesiones especiales por la festividad. La falta de apoyo familiar afecta la nutrición y el estado de ánimo de muchos reclusos, reflejado en la pérdida de peso evidente.
Una cena singular se lleva a cabo con pandilleros seleccionados en un estricto entorno de seguridad, donde la conversación sobre temas mundanos precede a una cena modesta compartida con los internos.
Las entrevistas cara a cara revelan deseos simples pero profundos: la añoranza de estar con sus seres queridos en fechas tan significativas como Navidad.
Las polémicas cifras de encarcelamiento masivo, bajo el régimen de excepción, se contraponen a una disminución en los índices de violencia según las estadísticas oficiales. Esta dualidad refleja una realidad compleja que sigue dividiendo a la sociedad salvadoreña, marcada por la esperanza de reducir la violencia pero también por cuestionamientos sobre derechos humanos y la proporcionalidad de las medidas de seguridad.
Fuente: Roberto Valencia/ BBC Mundo